El año de la aparición de Eisejuaz fue 1971. Ese mismo año, Clarice Lispector publicaba en Brasil Felicidad Clandestina. Poco tiempo después, en 1977, cuando la escritora brasileña daba a luz sus últimos textos, Gallardo abría esa extraña caja de resonancias que es El país del Humo, continuador, en muchos puntos, de su libro anterior, y producto de esa experiencia. ¿Qué une a estas dos escritoras además de su contemporaneidad? Creo yo que ambas coinciden en un punto: van abriendo malezas en una tierra inexplorada: las fisuras de la razón. El lenguaje, en ambas, es siempre experimental. Es una búsqueda constante y obsesiva casi, y supone un adentrarse en tierras desconocidas y muchas veces inhóspitas. Cualquier subversión del lenguaje es peligrosa porque pone en riesgo la comprensión del mundo tal cual lo percibimos, pone en riesgo los sistemas de interpretación, la creencia en nuestra propia cordura que acaso no sea sino una mera convención del lenguaje. La exploración de nuevas posibilidades gramaticales permite intuir destellos de otros ordenamientos, realidades distintas, o formas de percibir un mismo todo. Sara Gallardo se aventura en este terreno con la lengua criolla y todo el imaginario patrio, y como primera instancia realiza un desplazamiento de su yo narrativo de mujer a varón. Que Eisejuaz, al igual que tantos otros de los personajes de Gallardo, sea un varón supone un primer extrañamiento de sí como escritora. Como si solo vaciada de su género, pudiera asomarse a ciertas zonas desconocidas de su propio ser. El narrador de Eisejuaz no solo es hombre sino indio, y esto lo constituye históricamente como “otredad” respecto de la lengua patria, y no puede ser sino un misterio para el centro que ésta implica. Desde esta perspectiva, un indio, ubicado siempre “afuera” de la cultura, solo puede ser narrado en una lengua “otra”, inventada e inasible en un punto, única capaz de aproximarse a él sin falsearlo, de expresar su singularidad y su incógnita respecto del “centro” que constituye la lengua castellana. Un último gesto de Gallardo en esta aventura del lenguaje: Eisejuaz no solo es hombre e indio, sino que además está loco, delira: “Yo soy Eisejuaz, Éste También, el comprado por el Señor, el del camino largo”. La locura, en principio, es la soledad del lenguaje. La escritura de la locura implica romper con ciertas coordenadas semánticas y gramaticales. Gallardo no escribe la locura desde afuera sino que se inscribe en ella, en su fisura ligüística, la explora con la palabra. Eisejuaz es un fuera del lenguaje y sin embargo habla, cuenta su historia. ¿Qué otra lengua podría expresarlo que la poética, y en este caso, aquella cercana a las tradiciones orales más antiguas, en donde las palabras multiplican sus posibilidades semánticas? Eisejuaz es un nuevo territorio de la lengua, una zona difícil de acceder como el impenetrable chaqueño, y en la cual adentrarse supone dejar atrás formas de leer y razonar, preconcepciones del mundo y de los ordenamientos, categorías de “normalidad”, cánones literarios. Una vez rotas las coordenadas todo es posible, y la palabra se desplaza en el texto sin argumento, sin progresión, como un universo flotante de significaciones cruzadas, laberínticas. El indio, solo y desconectado del lazo social que haría comprensible su habla, extiende su red para quienes puedan entrar. Perdido el temor, depuestos los prejuicios, con la voluntad de quien avanza alumbrándose, los lectores podemos transitar este territorio. Eisejuaz no puede ser sino un libro marginal, como su autora, que a pesar de la clase social privilegiada a la que pertenecía (o acaso a causa de ella), eligió correrse de sí y de las prerrogativas de sentirse en el centro para adentrarse en “lo otro”, en ese misterio que suponen los otros y en cuyo fondo común estamos todos. El trabajo de extrañación de sus textos expresa su preocupación por correrse del “falso centro”, de asomarse al misterio de la vida, a su profundidad, a la amenaza de la muerte. La marginalidad tiene siempre algo de intocable, de “pureza original”. Cualquier voz puede sobrevolar una obra marginal, pero no la alcanza, ni la aprehende. Y en ese punto se mantiene siempre vigente, siempre secreta, escrita para pocos, para iniciados. Los cuentos de El país del humo tienen el magnetismo de las piedras preciosas. Están distribuidos, como poemas, cortos o largos en este libro complejo y extraño, sin precedentes en la literatura argentina, y que ofrece un lenguaje propio en toda la dimensión que esto implica, lenguaje que es la construcción de una realidad “otra”, hija de la experiencia Eisejuaz. En el paisaje magnético de ¡Pero en la isla! “el sol salió y los bambúes y los árboles; y el calor empezó a volver voluptuoso el mundo. Había una magnolia en el centro y en la magnolia un sonido incomparable. Calló sobre el hocico del león una piña incrustada de semillas rojas”. Las descripciones, a la manera del Gilgamesh, actúan narrativamente, el paisaje no es escenario sino argumento y hace progresar el relato, los animales hablan con lengua humana. Las coordenadas están rotas. Sara Gallardo abrió con sus libros una zona del discurso. Trazó un camino y dejó huellas y pistas para ser seguida. Pero asusta, si, desgarra un poco, angustia si no se está tranquilo. Se la puede leer en completa sobriedad, o en medio de una borrachera, y siempre hay algo que es idéntico, hay cierta construcción irrompible, vigas, estructuras de fondo, conductos que nadie hasta ahora se animó en lengua criolla. Sara Gallardo es “otra cosa”, siempre será “otra cosa”, se corrió del centro, y vaga libremente por el lenguaje. Lispector tiró una soga, Gallardo no, aunque sí, al igual que la otra, dejó la puerta abierta. Se la sigue o se la abandona; ella completó su obra.
Una anécdota que está al inicio de la historia de mi propia escritura. Tengo una tía cuyo hermano fue el primer marido de Sara Gallardo. Debo a esta tía mis primeros contactos con el “afuera familiar” que completa todo acto de escritura, las primeras conversaciones literarias, la primera entrevista con un editor. Cuando mi tía supo que yo escribía, en mi adolescencia, me nombró a Sara Gallardo, y siguió nombrándola cada vez que nos vimos, me preguntaba si la conocía, si la había leído. Yo no la conocía, después estudié letras y tampoco la conocí, y luego la encontré, porque la busqué con voluntad. La leí exigente, prejuiciosa, confundida. No la entendí, no me gustó, y guardé todos sus libros en una caja con una sensación de fraude. Pero los libros que han sido escritos con sinceridad esperan para ser leídos, tienen vida propia, y van por otras manos, hasta que encuentran un día la disposición del corazón necesaria para ser recibidos, y entonces se revelan. Esto me pasó con esta obra de aquella a quien llamo mi “parienta política”. El lazo familiar es débil al punto de ser casi falso, la filiación literaria comienza, pero estaba latente, y tuve anuncios, ahora lo entiendo.
"El país del humo" es mi libro preferido, de entre todas las constelaciones. Misterioso, sugestivo, silencioso y de muchas lenguas.
ResponderEliminarEisejuaz, en cambio, me parece oscuro y ríspido.
Sara Gallardo pura luz. Única.
Qué lindo lo que decís. Comparto con vos que Eisejuaz es un texto oscuro. Incluso ríspido. Pero es un texto totalmente diferente a todo lo escrito.
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