Entrevista a Mariana Docampo sobre su novela “Tratado del movimiento”.
“Hace tiempo ya que las formas lineales o ‘continuas’ de narrar no me
satisfacen. Siento que estos modos me resultan precarios”, sostiene la autora.
Augusto Munaro Especial
para Cultura
Internet en relación a los nuevos
dispositivos de escritura, surgidos a partir de tecnologías digitales, ha
permitido a la escritora Mariana Docampo con su “Tratado del movimiento” (Bajo
La Luna) alcanzar un nuevo ordenamiento de la realidad, tensionando y
cuestionando a través de cada página, los verdaderos fundamentos de la
narratividad.
Tan fascinante como
inclasificable, la novela despliega todo un sistema alternativo de
representación y estructuración del pensamiento.
-Como en tus libros
precedentes, aquí, las coordenadas escriturarias dan lugar a la libertad formal
y psíquica del narrador. Una mirada descentrada de lo “tradicional”.
-Supongo que es una necesidad de probar con nuevos modos narrativos. Hace
tiempo ya que las formas lineales o “continuas” de narrar no me satisfacen.
Siento que estos modos me resultan precarios para el tipo de inquietudes que
tengo. Así que traté de ir por otro lado. Creo que estoy atravesando una
“crisis de narrador”
-Da la impresión que
Tratado del movimiento es una novela muy pensada, que profundiza- continúa
algunas cuestiones religiosas iniciadas con tu libro anterior, La Fe.
-En realidad el Tratado no es una novela muy pensada. La escribí
relativamente rápido (menos de un año), y fui dejándome llevar por el narrador,
por su lógica, sus razonamientos. No hubo planificación previa. Fue como un
viaje y surgió de una manera espontánea. Pero a la vez es cierto, que es una
continuación del proceso narrativo iniciado en La Fe, y en ese sentido, esta
voz viene ejercitándose desde hace rato.
-A menudo se analizan
videos en YouTube, se transcribe información extraída de Wikipedia.
Puntualmente, ¿qué fue lo que te interesó investigar a la hora de operar con
las herramientas discursivas de internet?
-Desde hace ya varios años se me volvió natural navegar en internet mientras
escribo, mientras trabajo, mientras vivo. Excepto si realizo actividades
puramente físicas (si bailo, por ejemplo), estoy “conectada” de manera
intermitente a la web.
Si hago una pausa en la lectura
o en la escritura, es probable que chequee mails, o que busque algún dato en
Internet, o incluso me distraiga con un video de YouTube y de ahí salté a otra
página.
Luego vuelvo al trabajo, y al
rato corto, y vuelvo a entrar. No es algo que me guste particularmente o que
busque hacer, simplemente sucede. Y además, como la web es una red de
comunicaciones, también por esa vía me comunico muchas veces con mis amigos,
les escribo un mail, o pongo un “me gusta” en alguno de sus comentarios de
Facebook.
Así que en principio te diría
que no hubo una voluntad de investigar algo específico al escribir mi libro
sino que fue natural para mí trabajar con esos materiales, porque se han ido
incorporando a mi vida cotidiana, y van transformando el modo de estructurar mi
pensamiento, mi tiempo, mi manera de relacionarme y sin dudas, mi escritura.
En ese sentido, el modo del
libro surgió de mi necesidad de expresar, pero también de explorar las
transformaciones que experimento. Y a la vez, es cierto que trabajé de manera
intencional con los temas y herramientas de Internet, el Tratado es para mí
algo así como una “aventura cibernética”. Siento que podría colgar la novela a
la web, activar los links, e incorporarla. Funciona en esa estructura.
-Hay momentos en que el
libro podría interpretarse como observaciones psicoanalíticas de un caso de
paranoia. Sobre todo cuando se teoriza partiendo del supuesto que la realidad
es simulacro, y por lo tanto, todo es ilusión. Nuestro lenguaje también. ¿Pensás
que podría ser interpretado como el cuaderno de un enajenado?
-Sí, totalmente. No sólo el Tratado, también algunos cuentos de “La Fe”, mi
libro anterior, están en esa nota, en ese borde entre la locura y la cordura.
Me interesa además, que se trate de la voz que narra y no de un personaje
“dicho”, porque en ese sentido, implica un desafío para mí como escritora.
Entrar en esta lógica,
tan libre y a la vez cerrada, en la medida que el narrador del Tratado todo el
tiempo pega saltos, se abisma, abre sentidos pero al mismo tiempo los cierra,
llega rápidamente a conclusiones, enuncia “verdades”, de maneras, incluso, muy
rimbombantes.
Este modo me permite avanzar en
zonas que a mí me interesa explorar, en relación a la palabra, al concepto de
“verdad”, a los discursos, y sería muy difícil para mí hacerlo de no usar una
voz narrativa de estas características.
Aunque a la vez, el narrador de
esta novela podría ser un enajenado, como vos decís. Pero a mi entender si
fuera solo eso, la novela perdería interés, porque ¿qué importancia tendría lo
que dice? A los locos se los encierra, se los medica o se los piensa, pero no
se los considera interlocutores válidos.
Y en el caso del Tratado, lo
único que tenemos es su voz, lo que él o ella dice, su modo de razonar y de
concebir el mundo, y que está como un poco “corrido”, pero a la vez, algunas
cosas que dice no son tan “locas”. O al menos no lo son para mí.
-Mariana, ¿las formas de
narrar te resultan más atrayentes que el entramado en sí que puede ofrecer una historia?
-Sí, por supuesto.
-¿Por qué?
-Si un libro no está bien escrito, si no hay una búsqueda formal, algo que
estimule mi placer estético más allá de la historia en sí que se cuenta, pierdo
el interés de manera instantánea. Pero en relación a los libros que escribí
(excepto el primero) me interesó siempre poner en cuestión los modos de narrar,
y el relato como instancia acabada. Y creo que es algo que desde chica
ejercité.
Tengo un largo entrenamiento en
detectar las fisuras de los discursos, algo así como una hendija fina por donde
podés ver algo de lo que está detrás, y tal vez eso que está detrás sea
exactamente lo opuesto de lo que muestra quien te habla, y lo que es peor, por
supuesto, tal vez no sea opuesto, sino simplemente diferente (eso es aún más
inquietante porque no hay posibilidades de traducción).
Entonces, para mí la palabra
tiene un signo doble. Por un lado te permite explorar, adentrarte, decir, y por
el otro, “tapa” o incluso anula posibilidades. Por eso, si me das a leer
un texto monolítico, unidireccional, no solo me aburro, sino que me resulta muy
angustiante.
Así que siempre busco la
flexibilidad en las ideas y en los modos en que éstas se expresan. Pienso
además que los discursos políticos, los escolares, los científicos, los
religiosos (en su exposición dogmática), los de los medios de comunicación,
incluso el académico, tienen esta pretensión de mostrar (desde su formulación)
un mundo acabado, completo, y ocultan o niegan sus contradicciones, y en esa
corriente de voces estamos inmersos. Hoy por hoy hay una multiplicación de
discursos, y eso vuelve todo muy agobiante. Por eso para mí la literatura es un
lugar de resistencia.
-¿Compartís alguna
filiación literaria con escritores contemporáneos?
-Creo que mi narrativa guarda muchos puntos en común con la obra ensayística de
Vanesa Guerra, me refiero a ideas y enfoques, imaginarios compartidos.
También podría nombrarte
narradoras y poetas que si bien tienen propuestas estéticas muy distintas a la
mía, me interesan y cuya producción sigo: Mercedes Araujo, Paula Jiménez,
Carolina Esses. Todas autoras de la editorial Bajo La Luna.
-Refiriéndonos siempre
desde un plano literario, me gustaría saber tu opinión sobre las propuestas
canónicas actuales. ¿Son legítimas, o estamos ante un falso centro del cual
debemos desplazarnos?
-Te digo la verdad, no sé exactamente cuáles son las propuestas canónicas
actuales. Porque el canon para mí siempre estuvo relacionado con la
Academia, con la institución, y me da la sensación de que ahora se corrió de
allí.
Pienso que la Universidad va
perdiendo su “centralidad” y va ganando cada vez más poder la gran fuerza
empobrecedora que llamamos “Mercado”. Y esto me resulta alarmante, porque
sabemos que la cantidad de lectores no garantiza calidad en la lectura y
responder a estas exigencias puede hacer peligrar la singularidad de lo que
escribimos; está claro que es más fácil y seguro repetir fórmulas.
Pero además, estamos hablando
de un circuito muy pequeño, muy local, de difusión y distribución. ¿De qué
centro estamos hablando si nuestro país es totalmente lateral? Por eso sí, para
mí se trata de un “falso centro” como vos decís, de un centro vacío.
Yo prefiero desactivar en mí la
idea de “centro”, y explotar las lateralidades. Pienso que es el modo de
mantenerme libre en la escritura. Ya iré viendo formas de lidiar con el
monstruo del “Mercado” sin ser aplastada.
http://www.losandes.com.ar/article/viaje-a-un-nuevo-realismo-de-la-conciencia
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