martes, 9 de marzo de 2010
El Molino - Reseña en "El Interpretador Libros"
Viaje hacia la infancia
Por Josefina Heine
El Interpretador Libros
7 de febrero de 2009
(http://elinterpretador-libros.blogspot.com/2009/02/viaje-hacia-la-infancia.html)
Es el molino el que arrastra y trae, con el viento, los recuerdos y los aires del pasado. Es molino el que gira a lo lejos, y viaja con la memoria para darnos a conocer viejas e imborrables experiencias. Y es el mismo molino, también, el que se hace presente, el que toma cuerpo, para demostrar que la historia no ha cambiado, y para conjugar en sus concéntricos círculos una vida que gira en redondo, en el seno de una “querida familia”, en la experiencia de una niña, una mujer, que viaja sin descanso hacia su eterna infancia.
Jesús dijo entonces: “ A qué se parece el reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas”
Este es uno de los tantos epígrafes que aparecen en las hojas de El Molino, la primera novela de Mariana Docampo. La historia conjuga, reúne y yuxtapone los recuerdos y vivencias de una niña, con el discurso propio de la ideología cristiana. La narración, a su vez, intercala estos epígrafes como un modo de dar a conocer las experiencias de una familia y la imagen de un padre líder que se esconde detrás de su propia imagen y de sus propias palabras. Con este procedimiento, la protagonista desarticula los discursos religiosos familiares, cotidianos, en función de la propia identidad, y en la construcción de la propia imagen que intenta alejarse, por momentos, de la voz y la presencia de una madre sumisa y dominada. El molino, de algún modo, puede ser pensado como un pequeño grano de mostaza, que crece con sus historias y experiencias, y al mismo tiempo se oculta detrás de sus propias ramas. Lo dicho y lo no dicho; lo que se muestra y lo que se esconde, las historias que salen a la luz, y aquellas que se silencian.
Juana, la protagonista, tiene un ojo muy preciso que hace zoom en las historias del pasado; y en este retornar de las fechas, los datos temporales que se exponen aparecen de un modo inconexo y desordenado, donde se funden el presente con el pasado para crear un clima tenso y poco confiable. La rudeza del hombre, del padre, del pilar de la familia, se hace presente en todo momento, y la debilidad del sexo femenino, representado en el silencio de la madre, Eva, es quizá un modo de expresar una identidad sexual que en todo momento está por explotar. El tópico de la identidad, por esto, se concentra en esta novela a partir de la sexualidad de Juana. La identidad no es más que una cuestión de género que avanza entre la violencia y la violación de deseos no consentidos, y experiencias que florecen junto al sometimiento y la autodeterminación.
La identidad se construye también, al margen del seno familiar, desoyendo sus voces, concentrándose en las propias. Hay una fauna ingeniosa, metafórica, viva, que aparece junto a las manos y miradas de Julia, la amiga de la infancia. Las ratas invaden la casa, se devoran el plato navideño y entran en la celebración para oscurecer y silenciar la mesa cristiana. Juana, sin embargo, se abstrae de estos acontecimientos para formar un espacio propio que nace en las miradas y en las caricias de sus propias voluntades sexuales:
Julia me señaló con su dedo una de las flores bordadas en el mantel. Y yo la miré. Julia acariciaba el relieve con la yema de su dedo y me decía unas palabras al oído (…) Se hizo un silencio alrededor. Deslicé la yema de mi dedo sobre el borde de la flor y toqué la mano de Julia (…) Ni miré el horno. Julia tampoco (…) Todos miraron el horno. Y vieron que una rata que caminaba arriba de la asadera en donde estaban los pollos. Grande. Negra. Pero ni Julia ni yo la vimos.
Este abstraerse es quizá la característica más particular de la protagonista. Ella puede evadirse de los discursos y mandatos familiares para crear sus propias oraciones, su propia imagen, donde el género y lo femenino actúan como piezas claves de autonomía y libertad. En un ambiente dominado por la familia tradicional argentina, de clase, la protagonista se aísla, se evade para observar y formar un mundo propio.
El molino, finalmente, si bien se presenta como el espacio al que recurre la familia luego de la misa dominical, parecería ser el abrigo, el santuario, el lugar de protección de los recuerdos del pasado, de las experiencias del presente. El viento que corre junto al molino es quizá su propia vida, formada por una memoria que viaja a lo lejos en la construcción de una mujer distinta, propia y ajena.
Mariana Docampo nació en Buenos Aires, en el año 1973. Su literatura se caracteriza por un lenguaje delicado, y una construcción narrativa simple e inteligente. Es poeta, cuentista y novelista. Es Licenciada en Letras para la Universidad de Buenos Aires; y en el año 2001 publicó el libro de cuentos Al borde del Tapiz (Simurg). El Molino, publicado por la editorial Bajo la Luna, es su primera novela.
Por Josefina Heine
El Interpretador Libros
7 de febrero de 2009
(http://elinterpretador-libros.blogspot.com/2009/02/viaje-hacia-la-infancia.html)
Es el molino el que arrastra y trae, con el viento, los recuerdos y los aires del pasado. Es molino el que gira a lo lejos, y viaja con la memoria para darnos a conocer viejas e imborrables experiencias. Y es el mismo molino, también, el que se hace presente, el que toma cuerpo, para demostrar que la historia no ha cambiado, y para conjugar en sus concéntricos círculos una vida que gira en redondo, en el seno de una “querida familia”, en la experiencia de una niña, una mujer, que viaja sin descanso hacia su eterna infancia.
Jesús dijo entonces: “ A qué se parece el reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas”
Este es uno de los tantos epígrafes que aparecen en las hojas de El Molino, la primera novela de Mariana Docampo. La historia conjuga, reúne y yuxtapone los recuerdos y vivencias de una niña, con el discurso propio de la ideología cristiana. La narración, a su vez, intercala estos epígrafes como un modo de dar a conocer las experiencias de una familia y la imagen de un padre líder que se esconde detrás de su propia imagen y de sus propias palabras. Con este procedimiento, la protagonista desarticula los discursos religiosos familiares, cotidianos, en función de la propia identidad, y en la construcción de la propia imagen que intenta alejarse, por momentos, de la voz y la presencia de una madre sumisa y dominada. El molino, de algún modo, puede ser pensado como un pequeño grano de mostaza, que crece con sus historias y experiencias, y al mismo tiempo se oculta detrás de sus propias ramas. Lo dicho y lo no dicho; lo que se muestra y lo que se esconde, las historias que salen a la luz, y aquellas que se silencian.
Juana, la protagonista, tiene un ojo muy preciso que hace zoom en las historias del pasado; y en este retornar de las fechas, los datos temporales que se exponen aparecen de un modo inconexo y desordenado, donde se funden el presente con el pasado para crear un clima tenso y poco confiable. La rudeza del hombre, del padre, del pilar de la familia, se hace presente en todo momento, y la debilidad del sexo femenino, representado en el silencio de la madre, Eva, es quizá un modo de expresar una identidad sexual que en todo momento está por explotar. El tópico de la identidad, por esto, se concentra en esta novela a partir de la sexualidad de Juana. La identidad no es más que una cuestión de género que avanza entre la violencia y la violación de deseos no consentidos, y experiencias que florecen junto al sometimiento y la autodeterminación.
La identidad se construye también, al margen del seno familiar, desoyendo sus voces, concentrándose en las propias. Hay una fauna ingeniosa, metafórica, viva, que aparece junto a las manos y miradas de Julia, la amiga de la infancia. Las ratas invaden la casa, se devoran el plato navideño y entran en la celebración para oscurecer y silenciar la mesa cristiana. Juana, sin embargo, se abstrae de estos acontecimientos para formar un espacio propio que nace en las miradas y en las caricias de sus propias voluntades sexuales:
Julia me señaló con su dedo una de las flores bordadas en el mantel. Y yo la miré. Julia acariciaba el relieve con la yema de su dedo y me decía unas palabras al oído (…) Se hizo un silencio alrededor. Deslicé la yema de mi dedo sobre el borde de la flor y toqué la mano de Julia (…) Ni miré el horno. Julia tampoco (…) Todos miraron el horno. Y vieron que una rata que caminaba arriba de la asadera en donde estaban los pollos. Grande. Negra. Pero ni Julia ni yo la vimos.
Este abstraerse es quizá la característica más particular de la protagonista. Ella puede evadirse de los discursos y mandatos familiares para crear sus propias oraciones, su propia imagen, donde el género y lo femenino actúan como piezas claves de autonomía y libertad. En un ambiente dominado por la familia tradicional argentina, de clase, la protagonista se aísla, se evade para observar y formar un mundo propio.
El molino, finalmente, si bien se presenta como el espacio al que recurre la familia luego de la misa dominical, parecería ser el abrigo, el santuario, el lugar de protección de los recuerdos del pasado, de las experiencias del presente. El viento que corre junto al molino es quizá su propia vida, formada por una memoria que viaja a lo lejos en la construcción de una mujer distinta, propia y ajena.
Mariana Docampo nació en Buenos Aires, en el año 1973. Su literatura se caracteriza por un lenguaje delicado, y una construcción narrativa simple e inteligente. Es poeta, cuentista y novelista. Es Licenciada en Letras para la Universidad de Buenos Aires; y en el año 2001 publicó el libro de cuentos Al borde del Tapiz (Simurg). El Molino, publicado por la editorial Bajo la Luna, es su primera novela.
Publicado por
Mariana Docampo
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El Molino,
Reseñas y notas
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