martes, 9 de marzo de 2010
El Molino - Nota en Revista Plural
El Molino, Mariana Docampo
Derecho al autor
Periódico Plural, Año 2, Nro. 23
Antes de empezar a escribir El molino, tenía en mi cabeza las dos primeras oraciones del libro: "Papá volvía de noche. Incluso si llovía a cántaros", y después, puesta entre otras: "Yo no lo conocía". Alrededor de ellas, se agolpaban unas cuantas sensaciones e intuiciones acerca de mi infancia. Escribí en dos días las primeras diez páginas de la novela y después me detuve. Dudé. Sabía que adentrarme en la novela sería una experiencia intensa y quizá dolorosa. Di vueltas, pensé en abandonarla, pero el relato mismo me devolvió a su escritura, y me comprometí con mi trabajo.
El molino es una novela sobre la infancia, considerada una especie de «paraíso perdido», tiempo circular y simbólico que irradia efectos y significaciones hacia la vida adulta. Aunque me valí de muchos recuerdos personales, la novela no es biográfica; se trata de una familia que camina por un territorio incierto en busca de un molino que sirva como soslayo. Ese molino funciona (lo comprendí durante el proceso de escritura) como una suerte de meta simbólica hacia la cual se dirige la familia en las reiteradas expediciones que van marcando la evolución argumental de la novela, y a cuyo alrededor fui distribuyendo fragmentos de la historia personal de la protagonista. Comprendí pronto que ese molino, al cual el grupo acude con obstinación, funcionaba también como guía y como motor de mi escritura.
Me gusta teorizar sobre lo que escribo; por eso, mientras avanzaba en la novela, reflexionaba sobre el sistema familiar, los roles, las imposiciones sociales, la moral, la religión, la adultez, la infancia. Me preocupé por no hacerlo explícito en el texto, aunque su armado es el resultado directo de esas reflexiones y de un arduo trabajo con el lenguaje y con sus posibilidades expresivas. Me llevó dos años escribir el libro.
Trabajaba en una oficina y no bien terminaba mi jornada laboral, corría a casa para seguir, imprimía lo escrito, corregía y, en hojas sueltas o en cuadernos, hacía cuadros de acontecimientos, esquemas interpretativos y dibujos o mapas de las excursiones al molino con sus distintas postas, como en un juego de mesa infantil.. En parte, lo hacía para ordenarme, también por jugar o por el puro placer de tomar anotaciones y trabajar en una novela como si se tratara de una superproducción cinematográfica. Intercalé citas bíblicas para darle musicalidad al texto, y me serví de ellas para ir trazando el mapa ideológico y religioso que sostiene a la familia, el sistema moral que la rige. Esas citas, dispuestas a partir de la mera asociación narrativa, generan nuevas asociaciones, profundizan y abren sentidos en la novela.
Derecho al autor
Periódico Plural, Año 2, Nro. 23
Antes de empezar a escribir El molino, tenía en mi cabeza las dos primeras oraciones del libro: "Papá volvía de noche. Incluso si llovía a cántaros", y después, puesta entre otras: "Yo no lo conocía". Alrededor de ellas, se agolpaban unas cuantas sensaciones e intuiciones acerca de mi infancia. Escribí en dos días las primeras diez páginas de la novela y después me detuve. Dudé. Sabía que adentrarme en la novela sería una experiencia intensa y quizá dolorosa. Di vueltas, pensé en abandonarla, pero el relato mismo me devolvió a su escritura, y me comprometí con mi trabajo.
El molino es una novela sobre la infancia, considerada una especie de «paraíso perdido», tiempo circular y simbólico que irradia efectos y significaciones hacia la vida adulta. Aunque me valí de muchos recuerdos personales, la novela no es biográfica; se trata de una familia que camina por un territorio incierto en busca de un molino que sirva como soslayo. Ese molino funciona (lo comprendí durante el proceso de escritura) como una suerte de meta simbólica hacia la cual se dirige la familia en las reiteradas expediciones que van marcando la evolución argumental de la novela, y a cuyo alrededor fui distribuyendo fragmentos de la historia personal de la protagonista. Comprendí pronto que ese molino, al cual el grupo acude con obstinación, funcionaba también como guía y como motor de mi escritura.
Me gusta teorizar sobre lo que escribo; por eso, mientras avanzaba en la novela, reflexionaba sobre el sistema familiar, los roles, las imposiciones sociales, la moral, la religión, la adultez, la infancia. Me preocupé por no hacerlo explícito en el texto, aunque su armado es el resultado directo de esas reflexiones y de un arduo trabajo con el lenguaje y con sus posibilidades expresivas. Me llevó dos años escribir el libro.
Trabajaba en una oficina y no bien terminaba mi jornada laboral, corría a casa para seguir, imprimía lo escrito, corregía y, en hojas sueltas o en cuadernos, hacía cuadros de acontecimientos, esquemas interpretativos y dibujos o mapas de las excursiones al molino con sus distintas postas, como en un juego de mesa infantil.. En parte, lo hacía para ordenarme, también por jugar o por el puro placer de tomar anotaciones y trabajar en una novela como si se tratara de una superproducción cinematográfica. Intercalé citas bíblicas para darle musicalidad al texto, y me serví de ellas para ir trazando el mapa ideológico y religioso que sostiene a la familia, el sistema moral que la rige. Esas citas, dispuestas a partir de la mera asociación narrativa, generan nuevas asociaciones, profundizan y abren sentidos en la novela.
Publicado por
Mariana Docampo
Etiquetas:
El Molino,
Reseñas y notas
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