Pero apenas nos sentamos, y antes incluso de comenzar a beber nuestros Piscos Souer, un joven muy amable y con cámara en mano se acercó a nosotras e hizo varias preguntas que aunque bien intencionadas, pesaron como una acusación: “¿Y por qué una antología lésbica? ¿No les parece una reducción? ¿La literatura no es literatura y punto?” Así que respiramos hondo, bebimos un sorbito y nos miramos, conscientes de que la pregunta era inevitable, y que expresaba, además, la inquietud de muchos. Pero pienso, porque estamos recién llegadas y nos hubiera gustado festejar un rato más la salida del libro: ¿Ya de entrada hay que justificarse? Si está claro, desde el subtítulo, que no se trata de un libro de “literatura lesbiana” (que por otra parte no entiendo bien qué sería), sino de una antología que reúne textos de temática lésbica. ¿Acaso no existen antologías sobre fútbol, o sobre gatos? ¿Alguien preguntaría a sus compiladores si existe la literatura futbolística o gatuna o sólo la literatura “en sí”? Entonces, la respuesta más verdadera y espontánea hubiera sido: “porque se nos da la gana”. Pero como Claudia y Melissa son dadas a la reflexión, y porque saben, además, de las implicancias políticas de este libro, aceptan dar explicaciones. Yo escucho y coincido en casi todo. Y como no se trata de un libro sobre ardillas en el Polo Norte, sino de textos que dan cuenta de formas en que muchas de las personas que habitan este mundo se relacionan entre sí, con todas sus diferencias y complejidades, pienso que además de tener un interés temático, esta antología abre una ventana bien amplia y con luz de sol sobre algo que pareciera no haber existido nunca.
Me da la sensación de que hemos llegado a un momento de libertad de expresión sin precedentes en nuestra cultura y tal vez este libro sirva para ampliar lo dicho y decible en Sudamérica. “A Chloe le gustaba Olivia, quizás por primera vez en la literatura”, dijo Virgina Woolf en 1928 ante un público de damas inglesas, adelantándosenos más de ochenta años, sin miedo a ser leída de ahí en más como lesbiana, consciente de que su obra es tan amplia que toca puntos cruciales de lo humano, pero coherente también, con su necesidad personal de reivindicar derechos y reflexionar sobre temáticas silenciadas, con las que ocupó tantas de sus páginas.
Claudia Salazar se ve obligada a resaltar en el prólogo del libro que éste “no es un catálogo de autoras lesbianas”, y aclara en su exposición ante el auditorio de Miraflores que muchas de las autoras, de hecho, no lo son. Esta aclaración sirve, quizás, para cuidar a las escritoras del peligro de ser “acusadas” de lesbianas por el mero hecho de haber participado en esta antología, y también funciona como respuesta a quienes por miedo o prejuicio se han negado a participar. Debemos admitir que es muy probable que muchos encasillen a las autoras, y reduzcan los textos a una mera etiqueta, porque la reducción de lo diferente es a veces la única manera en que una sociedad puede asimilarlo, y seguir afirmando la pretendida homogeneidad del mundo. Pero eso ya es tema de los lectores y de los complejos mecanismos de inclusión y exclusión, y no de las autoras, y mucho menos, de los textos, que, vale aclarar, hablan por sí mismos.
Como en la mayoría de las antologías de literatura contemporánea, en “Las voces de Lilith” hay textos de calidades dispares, aciertos y desaciertos, pero algunos de los textos buenos lo son tanto que bien valen todo el libro. Por nombrar sólo unos pocos: los tres poemas de Malú Urriola, el bello “Esteros del Iberá” de Paula Jimenez, el cuento ágil e inteligente de la joven escritora peruana Jennifer Thorndike, los textos de Vanesa Guerra, Cristina Peri Rossi, Reina Roffé, Violeta Barrientos, Tilsa Otta, dan cuenta de que sí, existe la literatura “en sí” y dentro de ella, muchas veces, están representadas las lesbianas.
La literatura, desde siempre, y en mi historia individual, ha permitido reflexionar sobre la realidad, y profundizar en las propias emociones y subjetividad, traducir a un lenguaje común las impresiones de este mundo. Personalmente, confío en la contundencia de los libros, y en la necesidad de la libertad psíquica y política para poder decir y pensar. Creo en la irrupción de la palabra que nombra y al hacerlo incorpora lo dicho a lo existente. En el caso de este libro, lo incorporado son nada menos que representaciones de identidades que históricamente han sido silenciadas. Los textos permitirán que en ellos se reconozcan muchas personas que hayan atravesado experiencias semejantes, y a quienes no, mostrarán mundos distintos, que no pueden, vistos a través del prisma literario, sino ampliar la propia experiencia y alterarla positivamente. Los prejuicios, y esto acabo de comprenderlo de manera cabal tras mi regreso de Perú, nos hacen ignorantes. Al reducir al otro perdemos la visión de su plenitud, y las posibilidades que con ella tenemos de transformar y expandir nuestro universo personal.
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