viernes, 4 de junio de 2010

Los Razonamientos - Texto publicado en SOY el 14 de mayo de 2010

Los razonamientos. Mariana Docampo
El miércoles 5 de mayo, cuando varios diarios y canales de noticias habían anunciado la media sanción de la ley que posibilitaría el matrimonio entre personas del mismo sexo, el periódico La Nación presentó la noticia con el siguiente titular de tapa: “Avanza el polémico proyecto sobre el matrimonio gay”. Afortunadamente, ya estaba enterada de las noticias y fui al diario con tranquilidad, limitándome a mover de un lado al otro la cabeza a modo de queja por la realidad ofrecida, pero feliz por la constatada a través de otros medios. Ví entonces en el cuerpo del diario tres columnas que parecían dar prueba de una gran pluralidad de opiniones. La columna izquierda, escrita por Maria Rachid, se titulaba “Iguales ante la ley”, la derecha, “El orden natural”, firmada por Eduardo Sambrizzi, vicepresidente de la corporación de Abogados Católicos, y entre esas dos, una llamada “Punto Medio” firmada por Gladys González, diputada del Pro, y que lo único que tenía de punto medio era la posición de la columna, que estaba a equitativa distancia de una y otra. Por pura comodidad visual leí esta última, reservando mi simpatía para el punto izquierdo. La diputada decía: “Por qué imponerles un binomio (entiéndase a los niños en adopción) papá-papá o mamá-mamá, impidiéndoles recurrir a su elemental anhelo de convocar aun simbólicamente a su padre y a su madre?” Pasé mi atención al “punto derecho”, y entre otras cosas, que invocaban la naturaleza y el “justo orden social”, el abogado católico decía: “...la posibilidad de adoptar iría en contra del interés superior del niño...” Abordé entonces, la columna de Rachid, quien en un lenguaje fácil de entender para todo el mundo, sin ninguna pretensión intelectual y del lado opuesto a las teologías, libros sagrados y psicologías evolutivas, recursos todos que sirven para esconder un componente de profunda discriminación inherente sólo a lo humano, decía, entre otras cosas, lo siguiente: “Si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, quizás el padre de la novia de Natalia Noemí Gaitán no la hubiera asesinado por el hecho de rechazar la idea de que su hija fuera, según él, tan diferente”. En esta línea había otros ejemplos, menos puntuales pero con su mismo carácter no universal, de situaciones que no sucederían si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, algo así —pensé— como que si papá-estado dice que esto está bien, entonces la mayoría empezará a pensar que está bien y actuará conforme a ello. La fórmula me pareció eficaz y acaso la única para poder lidiar en el campo minado de los discursos actuales. El razonamiento de Rachid, por simple que pareciera, era tan definitivo, tan determinante como el del “punto derecho”, y usaba sus mismos elementos pero con el signo cambiado, exigía la construcción de un dios a la medida humana de nuestra época. El dios-padre-estado, Ley, en última instancia, que debía forjarse en una verticalidad ascendente, redistribuyendo culpas y castigos, para que los “hijos” pudiéramos seguir pensando de la manera que el padre piensa, y detuviéramos el extravío psíquico y moral que este cambio representaba. Esto siempre y cuando y hasta cuando logremos formar en el futuro un nuevo y más justo orden social.

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