La marcha evangélica. Por Mariana Docampo (versión original - el texto fue editado con algunas modificaciones y agregados)
A través de varios medios me enteré de la marcha contra el matrimonio gay organizada por la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (Aciera) y la Federación Confraternidad Evangélica Pentecostal (Fecep), que tuvo lugar el 31 de mayo frente al Congreso de la ciudad de Buenos Aires. En medio de un importante despliegue de pantallas y altoparlantes, los manifestantes fueron convocados para hacer una “gran plegaria a cielo abierto” a fin de frenar la aprobación de la ley que posibilita el casamiento entre personas del mismo sexo, proyecto que, según el decir de los pastores, verdaderos autorizados (vaya a saber por quien) para opinar sobre estos temas, “va en contra de los designios de Dios”. No faltaron bandas de rock cristianas y elocuentes predicadores. Sabemos de lo que es capaz el fanatismo religioso, y las energías humanas puestas a circular todas juntas en un mismo rectángulo apretado y lleno de cuerpos, con un miedo propio o implantado desde arriba (pirámide cuya cúspide, en este caso, está encarnada en una figura humana de saco y corbata y dama a un costado de pollera y sacón). Estuvo presente, claro está, la infatigable jefa de “cruzada anti-matrimonio gay” Cintya Hotton, hoy famosa por sus decires homofóbicos y que sin duda obtendrá su anhelada placa a “la guardiana de los valores de su país” en alguna post-vida menos progresista, y bajo el lema “un mensaje de los niños: queremos papá y mamá”, hubo cánticos y rezos y banderas de todo tipo, por ejemplo una con la imagen de una tuerca y un tornillo que aludía con dramática precisión a la naturaleza heterosexual del ciudadano, u otra con un texto que decía lo siguiente: “La familia es un decreto de Dios”. TN cubrió el evento y Valeria de San Pedro, la periodista, pidió la palabra de algunos manifestantes. Un señor exclamó: “Yo lo que quería decirles es que si se remontan a leer el libro del Génesis van a ver que Dios destruyó una ciudad que es Sodoma y Gomorra (no corrijo, por pudor) por el pecado de homosexualidad y de lesbianismo”. Otro señor, se hace lugar entre la gente y dice ante las cámaras: “lo normal es una madre amamantando a su bebé, un padre guiándolo hacia el fútbol u otros deportes, un matrimonio homosexual no cumple con esos requisitos”. No sé si reírme o llorar. La gente da vueltas con las manos hacia arriba mientras canta y clama, revolea los ojos y sortea las preguntas de Valeria San Pedro que finalmente acude a un pastor, que le dice “Si seguimos con estas ideas vamos a tener que sacar a Dios de nuestra práctica, de nuestra vida, porque esto es amor a la patria, amor a la familia y amor a los hijos... Nuestra patria está basada en la familia que está organizada, básicamente, por Dios”. La frase no requirió fundamentos teológicos, ni científicos, ni nada, fue una frase dada y punto final. Termina la nota. Con varios amigxs coincidimos en que más que enojo la “marcha anti-gay” de los evangélicos dio tristeza. Tristeza por los repetidores de la palabra del pastor, por la precariedad de las reflexiones, por la irracionalidad, la violencia que acarrean los miedos y el modo en que éstos limitan la comprensión de lo humano. Tristeza por quienes temerosos de la ira de Dios, ponen ciega confianza en quienes no la temen, y sostienen y solventan un sistema que en alguna de sus vueltas, o en toda su maquinaria, los deja afuera.
Una tarde odié a un vecino. Encima tenía razón en odiarlo porque el muy turro apagaba sus cigarrillos en unas macetas que yo tenía en la terraza y que cuidaba con dedicación. Pensé que el tipo era pura maldad porque se metía con unas plantas que no le habían hecho nada. Fue entonces que decidí llevar adelante una causa justa y, para lograrlo, pasé toda la noche rezando para que un rayo lo liquidara. Supuse que no sería trabajo convencer a Dios porque, en el fondo, yo estaba en lo cierto y el tipo no era beneficioso para la sociedad. Diez horas de rodillas y con los dedos entrecruzados, pidiendo que un fenómeno meteorológico lo partiera al medio. Me fui a dormir a eso de las 9.15 de la mañana, con dolor en mis articulaciones, pero con la sonrisa de saber que de esta forma podría librarme de mi enemigo.
ResponderEliminarCuando me desperté, a la hora del mate, levanté la vista al cielo y vi que apenas si estaba nublado. Desde aquel día desconfío plenamente del poder de la oración.
Hay causas y causas...
ResponderEliminarYo rezaba para liquidar un tipo. Veinte, cien, miles de personas (poco importa el número) rezaban para que dos personas del mismo sexo no pudieran casarse. Hay causas y causas, es cierto. Pero quizás todas sean un poco ridículas. Es tranquilizador saber que Dios es un poco sordo.
ResponderEliminarLa verdad es que sí.
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