Sobre Al borde del Tapiz, por Esther Andradi
Mi abuelo el árabe, solía contarme de los rituales de iniciación en la palabra. Los pueblos berebers de la meseta de Alsaharaui, me decía, se sientan en semicírculo alrededor del fuego, murmuran las palabras elegidas hasta que el sonido se transforma en canto y cuando el canto surca el aire es escritura. En aquél tiempo yo no entendía el qué de estos relatos y aunque a esta altura dudo que en verdad hayan existido tales rituales, creo leer su sentido. Las vibraciones de la palabra harían las veces de raíz, el vínculo que une a estos pueblos nómades, sin asentamiento alguno ni menor deseo de sedentarismo. Margarite Duras, más contemporánea y menos mítica, habla de algo similar cuando define como “la vida flotante” esos textos que a mí tanto me gustan reunidos en su libro “La vida material”. Insisto en el principio de flotar y de la palabra tejida en el aire por el tipo de escritura que nos convoca esta noche aquí, me refiero a los veintiún relatos de “Al borde del tapiz” el primer libro de Mariana Docampo.
Yo no conocía a esta autora cuando Franco Vaccarini me pasó un ejemplar de su libro recién salido de la imprenta. La solapa aseguraba que había nacido en 1973 y que cursó estudios de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Confieso que su lectura me atrapó desde el primer momento. Comencé leyendo los cuatro o cinco textos cortos y me quedé con ganas de más después de leer los relatos más largos. Personajes del cotidiano inmersos en el devenir chiquitito se enlazan con humor y profunda piedad con el destino universal que se les reserva más o menos por igual. El duende de la escritura les ofrece un desenlace particular. Así lo entiende Mariana, que teje sus historias al borde del tapiz, porque, cito textualmente, “las zonas más bellas del recuerdo están en los bordes” y “prefiero deslizarme por el borde como un equilibrista”. El punto de contacto que la escritora utiliza para trabajar sus personajes va más allá de la piel. Es el aliento. La ciencia, que todo lo mide, asegura que el pulmón humano, si se le suman todos los recovecos de sus alvéolos, alcanza una superficie interna de unos setenta metros cuadrados, mientras que el área de la piel no tiene más de un metro y medio, a lo sumo dos metros. Lo único que intento dejar claro con esto es que el aire nos involucra y compromete aún más que la piel y la carne, porque sin aire ni eso somos. Aire digo y es el temporal que ciega al amante, la niebla de una ruta imprecisa, el movimiento frenético de la danza, el viento que arrasa, el ciclón de un circo que se lleva a la hija y a la madre, el aire de “un beso al aire”, una brecha imaginaria abre el aire, y aire también es el remolino oscuro de la muerte, o el oleaje de luz donde todos se diluyen. La escritura entonces, en el aire, trama los hilos que el viento tira, teje al mundo con la textura de un tapiz, habla del desafío del pájaro por dejar su huella.
Habrá seguramente muchas maneras de leer los relatos de Mariana Docampo. A mí me llama la atención que los personajes estén impregnados de naturaleza, una suerte de paganismo urbano, donde las gentes son naturaleza. No se trata por cierto de una voluntad ecológica ni de una premisa que remite a la bucólica vida campesina. Es que son así porque no hay remedio, la condición humana aquí es naturaleza por excelencia, es hoja que el viento arrastra, se escurre con lluvia, una fuerza se hace cargo de ella, la devuelve al origen.
Los personajes femeninos, alterados, o buscando trabajo, o escribiendo, en la ruta, o tejiendo el tapiz para encontrar un mapa que oriente los extravíos después de la muerte, tías, amigas, novias, desenvueltas cuidadosamente desde dentro, poco propensas al destino tragicómico, modestamente libres, cada una con respuestas diferentes sobre la condición humana, tan poco clara y sin embargo tan decisiva. No hay mayor enfermedad que la vida ni mejor historia que la de la infancia perdida, donde todo cierra, y en cualquier lugar nos está esperando, latente o expuesta al irremediable destino de fundirse con la luz. Con la nada. “Después del viento” es la respuesta? O “De repente un circo”? Pero entretanto que sea la fiesta.
Así leo estos veintiún relatos, número que lleva implícito el arquetipo del Mundo en lo arcano. Saludo el nacimiento de “Al borde del tapiz”, que, como en los rituales soñados de los bereberes se hace canto en el aire y da la bienvenida a su autora a este mundo de palabras. Las únicas raíces que nos llevan y nos traen: Mariana Docampo, MUCHAS GRACIAS.
Esther Andradi
Mayo 2001
Qué valor aun mayor agrega tanto al bello texto de Andradi como a tu libro, la pequeña introducción que hacés: en medio de ese desastre, de esa devastación, la escritura como borde, trama, cuerpo, piel, aire donde respirar; hacerse un territorio habitable y a la vez ofrecerlo, hacer lazo con otros, compartir ese mundo de palabras. Así ese borde, al borde del desastre, posibilita otra raiz, el territorio de una escritura como respuesta: salir/se de la mudez aplastante hacia el acontecimiento de lo escrito, a la textura de los cuentos de este libro y desde allí, lo que causa a leer, a decir: estas palabras que comparto calurosamente de Esther Andradi. Gracias a ambas.
ResponderEliminarMuchas gracias!
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