jueves, 26 de agosto de 2010

La experiencia Eisejuaz

Trabajo leído en la Jornada de Homenaje a Sara Gallardo (1931-1988) organizada el viernes 5 de diciembre de 2008 en el Museo Roca por el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires



La experiencia Eisejuaz. Por Mariana Docampo

“Dije a aquel Paqui: —Procurá no morirte.”
(primera oración de Eisejuaz)

El año de la aparición de Eisejuaz fue 1971. Ese mismo año, Clarice Lispector publicaba en Brasil Felicidad Clandestina. Poco tiempo después, en 1977, cuando la escritora brasileña daba a luz sus últimos textos, Gallardo abría esa extraña caja de resonancias que es El país del Humo, continuador, en muchos puntos, de su libro anterior, y producto de esa experiencia. ¿Qué une a estas dos escritoras además de su contemporaneidad? Creo yo que ambas coinciden en un punto: van abriendo malezas en una tierra inexplorada: las fisuras de la razón. El lenguaje, en ambas, es siempre experimental. Es una búsqueda constante y obsesiva casi, y supone un adentrarse en tierras desconocidas y muchas veces inhóspitas. Cualquier subversión del lenguaje es peligrosa porque pone en riesgo la comprensión del mundo tal cual lo percibimos, pone en riesgo los sistemas de interpretación, la creencia en nuestra propia cordura que acaso no sea sino una mera convención del lenguaje. La exploración de nuevas posibilidades gramaticales permite intuir destellos de otros ordenamientos, realidades distintas, o formas de percibir un mismo todo. Sara Gallardo se aventura en este terreno con la lengua criolla y todo el imaginario patrio, y como primera instancia realiza un desplazamiento de su yo narrativo de mujer a varón. Que Eisejuaz, al igual que tantos otros de los personajes de Gallardo, sea un varón supone un primer extrañamiento de sí como escritora. Como si solo vaciada de su género, pudiera asomarse a ciertas zonas desconocidas de su propio ser. El narrador de Eisejuaz no solo es hombre sino indio, y esto lo constituye históricamente como “otredad” respecto de la lengua patria, y no puede ser sino un misterio para el centro que ésta implica. Desde esta perspectiva, un indio, ubicado siempre “afuera” de la cultura, solo puede ser narrado en una lengua “otra”, inventada e inasible en un punto, única capaz de aproximarse a él sin falsearlo, de expresar su singularidad y su incógnita respecto del “centro” que constituye la lengua castellana. Un último gesto de Gallardo en esta aventura del lenguaje: Eisejuaz no solo es hombre e indio, sino que además está loco, delira: “Yo soy Eisejuaz, Éste También, el comprado por el Señor, el del camino largo”. La locura, en principio, es la soledad del lenguaje. La escritura de la locura implica romper con ciertas coordenadas semánticas y gramaticales. Gallardo no escribe la locura desde afuera sino que se inscribe en ella, en su fisura ligüística, la explora con la palabra. Eisejuaz es un fuera del lenguaje y sin embargo habla, cuenta su historia. ¿Qué otra lengua podría expresarlo que la poética, y en este caso, aquella cercana a las tradiciones orales más antiguas, en donde las palabras multiplican sus posibilidades semánticas? Eisejuaz es un nuevo territorio de la lengua, una zona difícil de acceder como el impenetrable chaqueño, y en la cual adentrarse supone dejar atrás formas de leer y razonar, preconcepciones del mundo y de los ordenamientos, categorías de “normalidad”, cánones literarios. Una vez rotas las coordenadas todo es posible, y la palabra se desplaza en el texto sin argumento, sin progresión, como un universo flotante de significaciones cruzadas, laberínticas. El indio, solo y desconectado del lazo social que haría comprensible su habla, extiende su red para quienes puedan entrar. Perdido el temor, depuestos los prejuicios, con la voluntad de quien avanza alumbrándose, los lectores podemos transitar este territorio. Eisejuaz no puede ser sino un libro marginal, como su autora, que a pesar de la clase social privilegiada a la que pertenecía (o acaso a causa de ella), eligió correrse de sí y de las prerrogativas de sentirse en el centro para adentrarse en “lo otro”, en ese misterio que suponen los otros y en cuyo fondo común estamos todos. El trabajo de extrañación de sus textos expresa su preocupación por correrse del “falso centro”, de asomarse al misterio de la vida, a su profundidad, a la amenaza de la muerte. La marginalidad tiene siempre algo de intocable, de “pureza original”. Cualquier voz puede sobrevolar una obra marginal, pero no la alcanza, ni la aprehende. Y en ese punto se mantiene siempre vigente, siempre secreta, escrita para pocos, para iniciados. Los cuentos de El país del humo tienen el magnetismo de las piedras preciosas. Están distribuidos, como poemas, cortos o largos en este libro complejo y extraño, sin precedentes en la literatura argentina, y que ofrece un lenguaje propio en toda la dimensión que esto implica, lenguaje que es la construcción de una realidad “otra”, hija de la experiencia Eisejuaz. En el paisaje magnético de ¡Pero en la isla! “el sol salió y los bambúes y los árboles; y el calor empezó a volver voluptuoso el mundo. Había una magnolia en el centro y en la magnolia un sonido incomparable. Calló sobre el hocico del león una piña incrustada de semillas rojas”. Las descripciones, a la manera del Gilgamesh, actúan narrativamente, el paisaje no es escenario sino argumento y hace progresar el relato, los animales hablan con lengua humana. Las coordenadas están rotas. Sara Gallardo abrió con sus libros una zona del discurso. Trazó un camino y dejó huellas y pistas para ser seguida. Pero asusta, si, desgarra un poco, angustia si no se está tranquilo. Se la puede leer en completa sobriedad, o en medio de una borrachera, y siempre hay algo que es idéntico, hay cierta construcción irrompible, vigas, estructuras de fondo, conductos que nadie hasta ahora se animó en lengua criolla. Sara Gallardo es “otra cosa”, siempre será “otra cosa”, se corrió del centro, y vaga libremente por el lenguaje. Lispector tiró una soga, Gallardo no, aunque sí, al igual que la otra, dejó la puerta abierta. Se la sigue o se la abandona; ella completó su obra.
Una anécdota que está al inicio de la historia de mi propia escritura. Tengo una tía cuyo hermano fue el primer marido de Sara Gallardo. Debo a esta tía mis primeros contactos con el “afuera familiar” que completa todo acto de escritura, las primeras conversaciones literarias, la primera entrevista con un editor. Cuando mi tía supo que yo escribía, en mi adolescencia, me nombró a Sara Gallardo, y siguió nombrándola cada vez que nos vimos, me preguntaba si la conocía, si la había leído. Yo no la conocía, después estudié letras y tampoco la conocí, y luego la encontré, porque la busqué con voluntad. La leí exigente, prejuiciosa, confundida. No la entendí, no me gustó, y guardé todos sus libros en una caja con una sensación de fraude. Pero los libros que han sido escritos con sinceridad esperan para ser leídos, tienen vida propia, y van por otras manos, hasta que encuentran un día la disposición del corazón necesaria para ser recibidos, y entonces se revelan. Esto me pasó con esta obra de aquella a quien llamo mi “parienta política”. El lazo familiar es débil al punto de ser casi falso, la filiación literaria comienza, pero estaba latente, y tuve anuncios, ahora lo entiendo.

domingo, 22 de agosto de 2010

Santa Perpetua y Felicitas





Martirio de Santa Perpetua y Santa Felicitas (fragmentos extraídos del sitio web http://www.corazones.org/santos/perpetua_felicitas.htm)




SANTAS PERPETUA Y FELICITAS y compañeros mártires en Cartago 7 de marzo, c.205.

Perpetua nacida en la nobleza, conversa. Esposa y madre. Fue martirizada con su servidora y amiga y otros mártires.

En el siglo IV se leían las actas de estas santas en las iglesias de Africa. El pueblo les profesaba una estima tan grande que San Agustín se vio obligado a publicar una protesta para evitar que se las considerara en plano de igualdad con la Sagrada Escritura.

Durante la persecución del emperador Severo, fueron arrestados en Cartago cinco catecúmenos el año 205. Eran estos Revocato, Felícitas (su compañera de esclavitud, que estaba embarazada desde hacía varios meses), Saturnino, Secúndulo y Vibia Perpetua. Esta última tenía 22 años de edad, era madre de un pequeñín y tenía buena posición. A estos cinco se unió Sáturo quien les había instruido en la fe y se negó a abandonarles.

Perpetua escribió las actas: "Yo estaba todavía con mis compañeros. Mi padre, que me quería mucho, trataba de darme razones para debilitar mi fe y apartarme de mi propósito. Yo le respondí: "Padre, ¿no ves ese cántaro o jarro, o como quieras llamarlo?... ¿Acaso puede llamarlo con un nombre que no le designe por lo que es?" "No", replicó él. "Pues tampoco yo puedo llamarme por un nombre que no signifique lo que soy: cristiana". Al oír la palabra "cristiana", mi padre se lanzó sobre mí y trató de arrancarme los ojos, pero sólo me golpeó un poco, pues mis compañeros le detuvieron... Yo di gracias a Dios por el descanso de no ver a mi padre durante algún tiempo... En esos días recibí el bautismo y el Espíritu me movió a no pedir más que la gracia de soportar el martirio. Al poco tiempo, nos trasladaron a una prisión donde yo tuve mucho miedo, pues nunca había vivido en tal oscuridad. ¡Que horrible día! El calor era insoportable, pues la prisión estaba llena. Los soldados nos trataban brutalmente. Para colmo de males, yo tenía ya dolores de vientre..."

Según parece, Secúndulo había muerto en la prisión antes del juicio. Antes de dictar sentencia, Hilariano había mandado azotar a Revocato y Saturnino y abofetear a Perpetua y Felícitas. Se reservó a los mártires para los espectáculos que se iban a ofrecer a los soldados durante las fiestas de Geta, a quien su padre, Severo, había nombrado César cuatro años antes, en tanto que había nombrado Augusto a su hijo Caracala.

Felícitas tenía miedo de que se la privase del martirio, porque generalmente no se condenaba a la pena capital a las mujeres embarazadas. Todos los mártires oraron por ella y así dio a luz a una hija en la prisión; uno de los cristianos adoptó a la niña.

Según las actas: "El día del martirio los prisioneros salieron de la cárcel como si fuesen al cielo... La multitud, furiosa al ver la valentía de los mártires, pidió a gritos que les azotaran; así pues, cada uno de ellos recibió un latigazo al pasar frente a los gladiadores." Sáturo fue echado a varias bestias que no le dañaron. Al fín "un leopardo saltó sobre él y le dejó cubierto de sangre en un instante. La multitud gritaba: ´¡Ahora sí está bien bautizado!´ El mártir, ya agonizante, dijo a Pudente: ´¡Adios! Conserva la fe, acuérdate de mí, y que esto sirva para confirmarte y no para confundirte.´ Y, tomando el anillo del carcelero, lo mojó en su propia sangre, lo devolvió a Pudente y murió. Así fue a esperar a Perpetua, como ésta lo había predicho."

"Perpetua y Felícitas fueron arrojadas a una vaca salvaje. La fiera atacó primero a Perpetua, quien cayó de espaldas; pero la mártir se sentó inmediatamente, se cubrió con su túnica desgarrada y se arregló un poco los cabellos para que la multitud no creyese que tenía miedo. Después fue a reunirse con Felícitas que yacía tambien por tierra. Juntas esperaron el siguiente ataque de la fiera; pero la multitud gritó que con eso bastaba; los guardias las hicieron salir por la Puerta Sanavivaria, que era por donde salían los gladiadores victoriosos. Al pasar por ahí, Perpetua volvió en sí de una especie de éxtasis y preguntó si pronto iba a enfrentarse con las fieras. Cuando le dijeron lo que había sucedido, la santa no podía creerlo, hasta que vio sobre su cuerpo y sus vestidos las señales de la lucha. Entonces llamó a su hermano y al catecúmeno Rústico y les dijo: ´Permaneced firmes en la fe y guardad la caridad entre vosotros; no dejéis que los sufrimientos se conviertan en piedra de escándalo´. Entre tanto la veleidosa muchedumbre pidió que las mártires compareciesen nuevamente; así se hizo, con gran gozo para las dos santas. Después de haberse dado el beso de la paz, Felícitas fue decapitada por los gladiadores. El verdugo de Perpetua, que estaba muy nervioso, erró en el primero golpe, arrancando un grito a la mártir; ella misma tendió el cuello para el segundo golpe. ´Tal vez porque una mujer tan grande... sólo podía morir voluntariamente".

jueves, 19 de agosto de 2010

De biógrafos y biografías

“Es increíble que la perspectiva de tener un biógrafo no haya hecho desistir a nadie de tener una vida”.

De Emile Cioran. Epígrafe del libro “Marguerite Yourcenar. La invención de una vida”, de Josyane Savigneau.

jueves, 12 de agosto de 2010

"El lamento de la emperatriz" de Pina Bausch

Uno de los mejores fragmentos de la película "El lamento de la Emperatriz" de Pina Bausch. Vi la película hace varios años en VHS, de prestado de una amiga, y nunca pude conseguirla. Ahora está de fácil acceso Youtube, aunque en formato diminuto y de a tandas.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Paul Valéry

Esto que sigue es de Paul Valéry. Del libro “Degas danza dibujo”. De una linda y discreta versión de Editora Nacional Madrid que rescaté un día de lluvia del parque Rivadavia.

“A veces pensaba en lo informe. Hay cosas, manchas, masas, contornos, volúmenes, que no tienen, en cierta manera, más que una existencia de hecho: solo pueden ser percibidas por nosotros, pero no sabidas; no las podemos reducir a una ley única, deducir su todo del análisis de una de sus partes, reconstruirlas por medio de operaciones razonadas. No podemos modificarlas tan libremente. Casi no tienen otra propiedad que la de ocupar una región en el espacio... Decir que se trata de cosas informes, quiere decir, no que carezcan de forma, sino que sus formas no encuentran nada en nosotros que permita reemplazarlas por un acto puro de trazado o de reconocimiento. Y, en efecto, las formas informes no dejan otro recuerdo que el de una posibilidad”.

lunes, 2 de agosto de 2010

Pescados, de Lucrecia Martel

Corto interceptado vía facebook. Dirigido por Lucrecia Martel. Voces y música de Juana Molina.